lunes, junio 18, 2007

These boots are made for walking

Cometí un “Fashion crime” muy, pero muy imperdonable por culpa del maldito frío, la ola polar y toda la tontera.

Pero claro, como uno no rejuvenece precisamente, y como ya he recaído dos veces este año con la fucking influenza (o “influencia” como dijo Montserrat Álvarez en la tele, believe it or not), decidí cambiar un poco de estilo por algo de comodidad y madura prevención. Partí a Easy y me compré el par de botas de agua más horripilante del planeta. Son verdaderamente feas. Un modelo negro Bata Industrials, de módicos $4.990.

Debo reconocer que cuando desperté la semana pasada y noté que llovía a cántaros, dudé si salir a la calle o no con semejante aberración en las patas, pero de sólo pensar en pasar el día entero con los zapatos empapados, me calcé sin dudar, mis recién adquiridas vergüenzas.

Sorprendentemente, no me veía tan mal. Con el pantalón tapando casi todo, habría que haberse fijado mucho como para notar que no llevaba unos bototos negros. Pero como mi idea no era mojarme los pantalones, ni tonto ni perezoso, me chanté las botas con los pantalones dentro. Harto hot se me veían. Las baratijas de goma barata, finalmente tienen harto de fetish. En serio, se veían muy sado, como de porno alemana. Sentí que me faltaban sólo unos suspensores, una gorra de cuero y listo. Anduve todo el día creyéndome de lo más irresistible y sintiendo que exudaba feromonas al pasar. Es probable que no haya sido así y que la gente en realidad se espantara por mis botas macabras, pero da lo mismo.
En una de esas termino imponiendo una nueva moda (aunque sospecho que no).
Para completar el atuendo pluvial, me compré un paraguas del porte de Australia, con el que aparte de protegerme de los aguaceros, me enredo en las ramas de los árboles, desarmo moños de viejas y picoteo peladas por las calles, pero como no me mojo ni de chiste, me importa poco.
El resultado de todo esto es que ahora lo único que quiero es que llueva, para salir cual Gene Kelly en “Singin' in the Rain” a chapotear por Santiago sin temor a terminar empapado y luego delirando de fiebre y pasándolo como el hoyo en cama.

Cuando era pendex, me las daba de alternativo y me creía Morrissey (hoy sin duda sería Emo), amaba el invierno y depreciaba el verano con todo su calor, alegría y piluchismo. Como me he ido poniendo más frívolo con los años (gracias a Dios), ahora tolero cada vez menos el frío y viviría feliz en un clima tropical, todo esto del grado bajo cero, me viene fatal.

A veces pienso que el clima está mucho más relacionado con las personalidades y estados de ánimo de cada persona, de lo que sospechamos. Como les decía; antes, hace unos 15 años, era infinitamente más depresivo de lo que soy ahora. Quería que mi vida fuera como una película de Robert Bresson, en blanco y negro, triste y fría. Hasta que un día me aburrí, subí el termostato y abracé el color, el calor y la alegría. No les voy a decir que de vez en cuando no disfruto una tarde fría de invierno o una noche llena de rayos y relámpagos. Pero ahora me muero de la lata de ver a Bresson (prefiero repetirme mil veces al bueno de Gene Kelly calándose hasta los huesos), dejé de huir del calor y sin duda que lo estoy pasando mucho mejor ahora.

No es tan difícil cambiar de estación. Sólo hay que saber hartarse de vivir en un invierno constante y de a poco, darse la oportunidad de dejar entrar un poquito de sol.

JUL.

lunes, junio 04, 2007

El caso de la cebollita perla

Eran casi las nueve de la noche del sábado. Estaba yo, en mi nuevo y folklórico supermercado amigo, comprando algunas cosillas para acompañar “Profondo Rosso”, la película de Dario Argento que sería mi excitante panorama sabatino de soltería (si, me quedé solo y no salí ni a la esquina, me acosté temprano, como una gallina vieja. YA, lo dije!!).

Bueno, la cosa es que, esperaba yo, pacientemente mi turno en la caja número 3, cuando noto que la cajera de la caja número 2 tose más de la cuenta.

“Pero por Dios, esta mujer… no debería estar trabajando así la pobre” – pensaba yo mientras me horrorizaba que los microbios llegaran por el aire hasta mi o cayeran directo en mis cervezas, mi pastrami o mi pan pita.

Cuando la pobre Yesenia comenzó a aletear como todo un ganso salvaje, me empecé a urgir de verdad. Porque claro, o la tipa estaba siendo poseída por Satán justo en ese momento, o me encontraba a punto de presenciar una muerte en vivo y en directo, cuando la idea original era ver sólo un par de asesinatos creativos, gentileza del signore Argento.

“Lo único que me faltaba, ahora me va a tocar ver como se muere esta otra, y capaz que hasta me lleven a declarar. Claro, como yo no tengo nada mejor que hacer que pasar la noche en una comisaría con este frío…Conchesumadre!!, qué le pasa a esta mina???!!!!” – Entremedio de mis egoistas divagaciones, me empecé a horrorizar, porque de verdad que la pobre pajarona se estaba poniendo azul y la gente, se empezó a juntar a nuestro alrededor, esperando el peor de los desenlaces.

En eso, mi cajera (Creo que se llamaba Maricarmen, o algo así), llama a “la Jefa”:

Jefa!!!!, Jefa!!!!, venga, apúrese que la Yesenia está trapicá!!!!

La jefa se acerca rauda, a pesar de su cojera (la “jefa” siempre es coja, no se por qué, fíjense), y comienza a levantarle los brazos a la pobre Yesenia, que para ese entonces ya parecía una prieta y seguro ya había sacado pasaje para ir a ver las flores por el lado de las raíces.
La jefa, que al parecer tenía un don natural para los primeros auxilios, luego de un par de certeros golpes a la malograda Yesenia, logra que ésta escupa lo que estaba a punto de llevarla a la tumba.

Una cebollita perla.

UNA CEBOLLITA PERLA.

Yo, aunque estaba al borde del shock, del ataque de risa y de morir de vergüenza ajena por tamaño espectáculo, mantuve mi postura impertérrita, tratando de dilucidar, qué chucha hacía una cebollita perla en la garganta de Yesenia…

La respuesta llegó cuando mi cajera, luego de cerciorarse que su compañera viviría, saca un pepinillo de una bolsa y se lo come…

“Jefa, jega, ya po’ sírvase un poquito más” le dice a la heroína de la noche.

“Ya, pero un jamoncito nomás niña, que me lo he comido todo yo!!”- responde la jefa

Fue entonces que descubrí toda la verdad…Mi cajera, Maricarmen, era la responsable de todo. Sobre su falda, una bolsa de plástico abierta…

El personal de cajas de Montserrat, estaba comiendo pichanga…

COMIENDO PICHANGA

CO-MIEN-DO-PI-CHAN-GA!!!!!

Maricarmen, encantadora como siempre, se despide y me sonríe, al mismo tiempo que muerde feliz un sendo pickle.

Sin ir más lejos, mi comprobante de Redcompra tenía su dedo marcado con jugo de pichanga.

Entenderán por qué digo que mi supermercado del barrio, es por lo bajo, “folklorico”.

Al día siguiente, fui a la casa de mi mamá. Juntos fuimos al Jumbo y entre delicatessen alemanas, tanta gente rubia y cajeras sonrientes y sin ningún tipo de escabechado ni encurtido entre los dientes, me sentí un poquito burgués nuevamente.

Qué agradable.